domingo, 3 de mayo de 2020

Vení, plata, plata

“Bsss mbbb rmmm plata bsss mbbb rmmm plata bsss mbbb rmmm plata…”
Es todo lo que puedo escuchar desde la mesa de al lado. Una y otra vez, en medio de un bisbiseo ininteligible, la palabra “plata”. Al principio, supongo que lo que escucho es sólo el eco subconsciente de mi propia obsesión du jour. Bueno, del mes. De fin de mes, para ser exacta.
Pero no. La voz se va haciendo más aguda e irritada y, aunque ahora sí logro distinguir otras palabras, “plata” sigue siendo la piedra de toque de lo que, comienzo a sospechar, es SU obsesión tanto como la mía.
Intento retomar el hilo de mis pensamientos. En la periferia, sigue revoloteando la palabrita junto con el destello ocasional de una mano bronceada con las uñas pintadas de naranja fluorescente. Consigo convertirlo en ruido de fondo durante un rato, pero todo tiene un final, todo termina.
“¡Nena, cortala, cortala de una vez, callate un ratito!”
Movida por un impulso afortunadamente fugaz, estoy a punto de responder: “Sí, por favor, y muchas gracias”. Me muerdo la lengua a tiempo, aunque, como es natural en mí, no puedo evitar parar la oreja y mirar de reojo sus reflejos en una de esas paredes de espejos decorativos, tan prácticas para nosotros, los voyeurs de la psicología urbana.
Son tres mujeres, dos veinteañeras y una cuarentona con más cara de tía que de madre. La mujer es la que por fin se ha hartado y, entre dientes, le suelta una retahíla de recriminaciones a la de las uñas naranja y la fijación monetaria, mientras textea a toda velocidad en su celular con el pulgar derecho, sin apartar la vista del display. La otra chica come patitas de pseudo pollo, de a una y a mordisquitos pequeños, con la mirada perdida en un helecho de plástico; sus uñas tienen una perfecta manicura francesa. Las de la mujer mayor… son un desastre.
Uñas Flúo dispara lo que parece ser apenas una mísera muestra gratis del volumen de su voz, que sin embargo basta y sobra para provocarme un pitido en el oído izquierdo.
“Es ella, es ella”, dice casi sin respirar, señalando a Uñas French, “es ella la que me dice que no hago más que gastar plata, y yo no gasto tanta plata, ella es la que gasta plata, y ahora me dice que soy yo la que tira la plata, y yo no me voy a volver caminando con este calor, y ella se va a volver en remis, y no me quiere llevar porque dice que yo me gasté la plata, y me enferma estar dependiendo de otros, porque yo no gasto mucha plata, y…”
La frase se hace eterna, se enrosca sobre sí misma, se muerde su propia cola y, hallándola de su agrado, empieza a devorársela como preludio a un ciclo infinito. Cuando a Uñas Flúo, inevitablemente, empieza a acabársele el aire, Uñas French aprovecha para meter un bocadillo incisivo, entre dos bocaditos fritos.
“Decime una cosa en que yo haya gastado más que vos. Dale, decime una, una sola”, y reanuda su meticuloso proceso alimenticio, satisfecha de los balbuceos con que Uñas Flúo intenta llenar el súbito silencio.
Yo, más satisfecha aún que ella, retomo mi interrumpido… pongámosle “trabajo”… mientras me termino el último resto de café que he alargado hasta el límite, para no alargar mi cuenta hasta el límite. Los minutos pasan, pacíficos y sosegados.
De pronto, Uñas Flúo contraataca: “Yo no me vuelvo caminando”.
Uñas French le retruca: “Y yo no te pago tu parte del remis”.
A lo cual Uñas Puaj remata: “Pago todo yo, no hay problema”.
Lo que me deja totalmente perpleja y sin entender para qué carajo estuvimos… digo, estuvieron discutiendo todo este tiempo. Como para completar mi desconcierto, Uñas French le dice a Uñas Flúo: “Me voy a comprar un helado, ¿te traigo otro para vos?”
Y Uñas Flúo le dice que sí, dale, uno con pedacitos de chocolate, y Uñas Puaj dice que ella quiere uno con salsa de frutilla y, ya que está, que traiga otras tres gaseosas, porque lo dulce siempre da sed. Uñas French dice que okey y va, lo más pancha.
Yo trato de sacar cuentas mentalmente, pero sigo sin entender. Al final, cuento concienzudamente lo que me queda en la billetera y decido que tienen razón, que voy pedirme un jugo de naranja, y a ver quién nos quita lo bailado.