domingo, 7 de marzo de 2010

Terapia al paso


"Yo estoy para el doctor Pérez", me informa un señor. Miro alrededor, suponiendo que se lo ha dicho a otra persona, pero estamos solos en la sala de espera. No sé qué contestar, así que le sonrío, hago un vago gesto de asentimiento y vuelvo a mi libro.
"¿Usté también está para Pérez?", pregunta. Creo comprender: quiere saber cuánto falta para que lo atiendan. Docente que soy, respondo automáticamente y me explayo: Sí, espero al doctor Pérez, que comienza a atender a las 14, por orden de llegada, y no debería alejarse porque, cuando no ve pacientes esperándolo, se retira temprano. Dando por cumplido mi deber cívico, vuelvo a sonreírle y bajo la mirada al libro otra vez.
Sin embargo, antes de que pueda leer dos palabras, suelta una parrafada, ininterrumpida e ininterrumpible, que me hace parecer tímida, callada, muda de nacimiento. Me entero así de sus problemas de salud, de su situación familiar, del clima de la última semana, de sus opiniones políticas, del estado de la economía nacional, de sus gustos culinarios… creo que hasta de su número de calzado y sus esperanzas y sueños en la vida.
Sentada en el rincón más alejado de la habitación, encogida en posición casi fetal en torno a mi libro, con el volumen de los auriculares tan alto que se escucha a un metro de distancia, no vuelvo a hacer contacto visual ni a dar la menor señal de reconocimiento a su existencia. ¡¿Por qué sigue hablándome?! No sé, no sé, pero sigue, y sigue, y sigue.
Cuando no aguanto más, me saco un auricular, cierro el libro marcando la página con el dedo, lo miro, le corto una frase a la mitad y, aprovechando el escenario, le digo que estoy mal de la garganta, que me disculpe, que no quiero hablar,. “No hay problema”, me contesta, “usted no hable, que yo le cuento”. Y, por supuesto, sigue.
Al rato, consigo encajar la mandíbula y meter los ojos en las órbitas. Me vuelvo a poner el auricular y sigo leyendo. Su voz suena como el ruido de fondo que escucho cuando leo en los bares, en las plazas, en los ómnibus. Ya no sé de qué habla; se me mezcla con la trama del libro.
El médico llega y me hace pasar, no lo suficientemente temprano. Mientras me apresuro a entrar, el hombre se acerca a una mujer que acaba de sentarse en la sala, y lo oigo decirle: "Yo estoy para el doctor Pérez". En su tono se detecta la sonrisa.